ELMAR AGUSTIN Agustí Villaronga FILM GAY




Sinopsis
Manuel Tur y Andreu Ramallo tienen diez años cuando la Guerra Civil llega a la isla de Mallorca. Su primer encuentro con la crueldad de la guerra se produce al ver cómo fusilan al padre de un amigo frente a la tapia del cementerio. Transcurridos diez años, Manuel y Ramallo se reencuentran en un sanatorio de la isla. Ambos, hijos de la guerra y la miseria, está afectados por la tuberculosis, si bien la afrontan con posturas diferentes: Ramallo ignorando la enfermedad y Manuel, refugiándose en la religión para evadirse de una muerte que siente próxima. Entre ambos se iniciará una nueva amistada basada en la fascinación de Manuel por la vitalidad de Ramallo y en la admiración de éste por la entereza de Manuel. Pero poco a poco la postura religiosa de Manuel frente al mundo, entra en crisis al darse cuenta que lo que siente por Ramallo es algo más que amistad.

Referencias
Está dirigida por el mallorquín Agustí Villaronga, autor de Tras el cristal, El niño de la luna o 99.9.

Se basa en una novela de Blai Bonet.

La película iba a haber sido por la productora de los Almodóvar, El Deseo, pero no se consiguió alcanzar un acuerdo definitivo.

Sus protagonistas, Bruno Bergonzini, Roger Casamajor y Antonia Torrens, debutan en el cine con esta película.

También intervienen Simón Andreu (99.9) y Ángela Molina a la que no se veía desde que el año pasado se estrenara El viento se llevó lo qué.

La película se presentó en el Festival de Cine de Berlín 2000 donde consiguió el Premio Manfred Salzgeber a la innovación.

Villaronga vuelve a contar con la colaboración de su director de fotografía habitual Jaume Perecaula.

Crítica
El momento de esplendor por el que atraviesa el cine español, con jóvenes directores ansiosos por realizar un tipo de cine lo más comercial posible, contrasta con la obra de un cineasta como Agustí Villaronga. Autor de una ópera prima tan sorprendente como inquietante titulada Tras el cristal, su presencia en el panorama cinematográfico estatal es de las pocas que merece una especial consideración. Con El mar, Villaronga adapta una novela del escritor Blai Bonet que, en más de un aspecto, supone un retorno a sus orígenes fílmicos.
Las escenas iniciales, que transcurren durante la guerra civil, son un destello de la guerra interior que afectará a los protagonistas a lo largo de su existencia. En ese momento, durante su infancia, la guerra será de forma indirecta la que marque sus destinos. Cuando se produce el reencuentro en un hospital para tuberculosos, aunque no resulte evidente, volverán a desencadenarse unos sucesos prácticamente simétricos. El ambiente claustrofóbico que consigue crear en este entorno Villaronga, sin bien no logra alcanzar el grado de Tras el cristal, vuelve a poner de manifiesto una de las principales virtudes de este director.

Los tres protagonistas, magníficamente interpretados por los jóvenes primerizos Roger Casamajor, Bruno Bergonzini, Antònia Torrens, lo cual resulta bastante raro en el cine español, están unidos por su pasado y por un inconsciente sentimiento de culpabilidad al que deben hacer frente. Dos de ellos, la monja y uno de los muchachos, sienten una atracción especial por el tercero, y ambos encuentran refugio en la religión lo que, en el caso del joven, llega a convertirse en un forma de martirizar su vida. Por lo que respecta a la monja, supuestamente el personaje más estable emocionalmente, su pasión infantil por Ramallo permanece y, al igual que entonces, volverá a ser quien, tal vez involuntariamente, desencadene los trágicos acontecimientos.

Mención especial merece la presencia de Ángela Molina interpretando a un personaje secundario que queda un tanto difuminado pero que pone de manifiesto el poco provecho que el cine actual está sacando de esta actriz. La angustia que se apodera de la última parte de la película alcanza límites insospechados y aglutina todos los elementos que la han promovido. El catártico retorno al pozo, la proyección del mar en una fatídica pecera (atención a los magníficos créditos con los que se inicia la película) o el ritual que supone una escenificación simétrica el trágico comienzo de la película se suceden sin concesiones. Sólo un director como Villaronga puede escenificar el terror sin caer en el convencionalismo que se ha apoderado del género.

N.A.

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